Reporte en tiempos de Confinamiento

23/03/2020

El confinamiento al que estamos obligados debido a los posibles contagios de una nueva sepa de un Coronavirus, la del Covid-19, puso en alerta al mundo entero.

De manera más o menos responsable según la competencia de los gobernantes se han ido tomando medidas. Sin embargo, en algunos casos esas decisiones no parecen ser suficientes, o aparecen tardíamente, poniendo en riesgo a cientos o tal vez miles de personas que nos rodean.

La paradoja del mundo conectado es justamente la interdependencia que tenemos y a la vez, por el uso de las tecnologías, obtenemos en tiempo real cantidades de información que no sabemos analizar, procesar, comunicar y que en el peor de los casos tendemos a replicar, sin haber por lo menos, hecho una verificación previa o “Fact Checking”.

En épocas de noticias falsas o “Fake News”, de cadenas de WhatsApp y de memes y videos estúpidos compartidos en las redes sociales; algunas personas nos sentimos agobiadas frente a tanta “desinformación” disfrazada de noticia. El rumor como desde tiempos inmemorables se convierte en certeza, la euforia y el miedo alimentan la xenofobia, el egoísmo, la avaricia, la negación.

Todos reaccionamos de maneras diferentes y a lo mejor experimentamos diversas emociones que nos llevan a comportarnos de formas inesperadas. Sin embargo, el sentido común parece escaso y cada vez que se pretende comunicar sobre la importancia de respetar ciertas consignas, se corre el riesgo de ser tomado por un individuo “moralizador”, “cantaletudo”, “exagerado” y hasta “apocalíptico”.

En todo el mundo existen críticos a la falta de análisis y de reacción de nuestros gobernantes, pero se nos olvida que si hay ineptos en el poder tomando o no decisiones, nos cabe una parte de responsabilidad.

Nos preocupan los destinos de la nación pero no somos capaces de sentir un poco de empatía hacia nuestras propias familias, hacia nuestros vecinos, compañeros de trabajo, amigos, colaboradores o hacia cualquier individuo que se cruce en nuestras vidas a lo largo de una jornada.

No somos conscientes de que somos los verdugos potenciales de un ejército de invisibles, verdugos de personas de las que no conocemos nada. Es alucinante encontrarse con miembros de la propia familia que niegan la gravedad de la crisis, incluso su existencia. Otros piensan estar recubiertos de una capa de invencibilidad dada por la juventud, o la moral o la vacuna para la gripa que les aplicaron hace un par de meses.

Puede que el mundo no se vaya a acabar, pero si llegará el fin para miles de vidas frágiles o simplemente expuestas cotidianamente a cientos de enfermos o a ignorantess portadores de la enfermedad.

Actualmente se producen crisis paralelas que no se registran en nuestros cerebros, y mucho menos en los medios de comunicación, las cuales merecerían al menos unos minutos al aire, porque éstan también son importantes.

Me refiero a las crisis que se viven a las puertas de Europa con una situación todos los días más insostenible debida a la presión migratoria que se ejerce sobre los países vecinos de Siria. También a los cientos de miles de migrantes que desde Turquía o Libia pretenden atravesar las barreras naturales o artificiales para salvarse de situaciones que no se pueden contar durante en la franja internacional del informativo.

O por qué no citar a los cientos de migrantes centroaméricanos que agolpados en México, esperan el momento de poder acceder de cualquier manera à los Estados Unidos. Y porque no decirlo, a la situación caótica que enfrenta Colombia, que no supo como atender a las victimas del conflicto interno durante 50 años de guerra ininterrumpida, y que mucho menos ahora sabe como lidiar con los cientos de migrantes venezolanos que pasan por situaciones lamentables en todo el país.

Todos hemos escuchado hablar sobre al menos una de esas crisis, pero que no nos importan, porque son lejanas, porque lo que les pasa a esas personas, a esos migrantes nunca nos va a pasar.

Somos indolentes ante millones de personas que viven en las calles de nuestras grandes ciudades, que pasan por trochas, que atraviesan montañas, que se ahogan en el mar, que se pudren en la selva, huyendo de regímenes represores, huyendo del hambre, de los bombardeos, de los grupos armados que los pretenden esclavizar, de los grupos en el poder que los han puesto en la mira por pertenecer a una etnia, practicar otra religión, tener una orientación sexual diferente, por pensar distinto; pero  eso nunca nos va a pasar.

Estamos más allá de esas crisis horrendas que se ven por televisión, en donde la gente carece de alimentos y de agua, y hasta de un techo, eso nunca nos va a pasar. No sabemos nada del ébola, ni de la peste que atacó a los habitantes de Madagascar hace dos años porque eso está lejos, en África, en dónde los pobres, estamos tan lejos, que eso nunca nos va a pasar.

Vivimos en un mundo de mentiras que nos hace pensar que el dolor del otro es lejano y que lo que les pasa no es arbitrario sino el resultado de algo que habrán hecho; como si los virus, el hambre, la miseria, la devastación de nuestro planeta, fueran cosas que no pasan ya en los países que habitamos. Como si la avaricia de unos cuantos no pusiera ya en riesgo todo lo que conocemos, incluidas nuestras vidas y queremos seguir pensando que eso solo pasa en las noticias y que a nosotros por la protección dada por quien sabe qué o quién, nunca nos va a pasar.

En tiempos de crisis, lo primero que pasa por la cabeza de nuestros dirigentes no es necesariamente la protección de la vida de nadie, son las repercusiones económicas que esto está teniendo y que se van a prolongar durante meses y tal vez por años. Pero las crisis: las humanitarias, las de los refugiados por las guerras, los asesinatos sistemáticos de líderes sociales, los hechos de corrupción, la falta de operación de la justicia, ahora más que nunca son problemas barridos debajo del tapete.

Tengo la certeza de que no volveremos a hablar de nada de lo anterior sino hasta cuando la crisis económica reviente y haga de la crisis social una evidencia que ya no se va a poder ocultar. Una crisis social que viene gestándose por décadas sin que nadie ose verla, ni tocarla, sin que en ninguna parte de este planeta alguien haya tomado una sola decisión en ese sentido.

Tenemos una pandemia en curso, millones de personas confinadas y en pánico, esperando a que el mundo retome su curso, pero el mundo no será necesariamente el mismo.

Con una crisis ambiental que explotará más temprano que tarde, tal vez propulsada por el acelerador económico; generado a su vez la urgencia sanitaria mundial del Covid -19, nadie se imagina el alcance que ello puede llegar a tener en la vida cotidiana que nos es tan preciada y que no queremos cambiar.

¡Estoy harta de escuchar que el cambio empieza por mí! ¿Por qué queremos seguir usando esa lógica individual que nos hace tanto daño? ¿Por qué queremos seguir apelando a ese individualismo que nos ha llevado a la desgracia, aunque creamos vivir en una utopía?

Es claro que cada individuo cumple un rol en la sociedad, pero el buen funcionamiento de un sistema no depende únicamente de la autorregulación, sino de las acciones colectivas que nos llevan a entender que debemos actuar juntos, regularnos juntos, aprender y entender juntos, forzar el cambio juntos.

Sino existen las acciones colectivas estamos destinados al fracaso ambiental, al fracaso económico y asistiremos más temprano que tarde al funeral de un sistema económico que se ocupa de todo salvo de los individuos que dice proteger. Ni los dioses, ni las creencias en las energías, ni en el destino, ni en los astros nos van a librar de esta batalla, pero si nos cierran los ojos frente a una realidad que está ocurriendo frente a todos nosotros.

Publié par Mi vida en cuatro tiempos

Escribo para responder a la necesidad creativa de compartir reflexiones, aventuras y algunas historias personales. J'écris pour exprimer plein d'idées ou de réflexions qu’occupent ma tête quotidiennement. Ce Blog contient aussi quelques histoires personnelles.

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