Esta es la tercera vez que visito Grecia, la memorable morada de historias, mitos y leyendas que recrearon mi infancia. Desde que descubrí una emisión televisiva en la que un anciano « narraba cuentos », empecé a soñar con las historias de Egeo y el Minotauro, Dédalo e Ícaro, Ulises, Aquiles, Perseo y la Gorgona. Todos ellos personajes que alimentan desde hace siglos la riqueza literaria de esta cuna de civilizaciones.
Grecia tiene tantos destinos susceptibles de ser visitados, que resulta imposible decir que uno la conoce. Cada lugar está marcado por sucesos precisos, invasiones y traumatismos, glorias y repartos que han determinado su destino y su progreso.
Como si fuese una elección a penas natural, Atenas fue la primera ciudad que quise visitar. Es un lugar del que muchos de nosotros hemos escuchado hablar, visto en una postal, y cuyo nombre ha sido evocado al menos en un capítulo de los caballeros del zodiaco.
En efecto, el monumento que llama poderosamente la atención es el Partenón. Así como en el Coliseo en Roma, el Partenón es una joya arquitectónica de la antiguedad frente a la cual se agolpan cotidianamente miles de turistas que desean con una foto inmortalizar el momento.
Si bien la visita al Partenón se articula alrededor de esta gran construcción, es también hogar de otras edificaciones de extraordinaria belleza. El monumento a las Cariátides, el teatro-Odeón y la opera se encuentran en un camino que parece largo. Un camino en el que miles de personas avanzan lentamente como en una procesión, ante la impaciencia de los que quieren llegar rápidamente al gran Partenón, y la vez una prueba de paciencia, para quienes desean tomar su tiempo para apreciar el todo.
Atenas guarda en algunas de sus calles símbolos de su gran y antiguo pasado. Las ruinas convertidas en parques arquelogicos, los estadios que acogieron los primeros juegos olímpicos modernos, son algunos de los tesoros que la ciudad reserva a quien tenga el tiempo de recorrerla.
Durante el verano sus calles gozan de la calma que otorga el hecho de que los griegos la hayan abandonado, cediendo su lugar a los viajeros que se aventuren a recorrerla. Con dificultad, los griegos han logrado conservar algo de su historia arqueológica, pictórica y escultórica, en algunos de los museos locales.
El destino del segundo viaje no fue producto del azar, sino de un placer gastronómico. Un conocido chef francés decidió instalar en la isla de Paros un restaurante que funciona únicamente entre mayo y septiembre. Paros hace parte de las Cicladas, un conjunto de islas de la cual Santorini, es probablemente la más conocida.
Aunque es posible visitar las Cicladas tomando un ferri desde Atenas, con el fin de desembarcar cada día en una isla distinta, no consideré esa opción. El viaje en barco puede ser interesante, pero las masas de personas que los abordan y la idea de abarcar varios lugares en pocos días de travesía, no son el tipo de plan que me interesa.
El tipo de turismo de masa del que es víctima Santorini, es precisamente lo que evitó que la escogiese como destino turístico. Paros, aunque puerto obligatorio para los visitantes de las Cicladas, ofrece en cambio diferentes ambientes que la hacen menos invivible aun en tiempos de verano, permitiendo un descanso auténtico.
La turística Noussa es el punto de desembarco de los cruceros mediterráneos y de los veleros que acostan a lo largo del día. Esta pequeña ciudad ofrece en términos de comercio variedad de productos y de precios, adaptados al gusto y al presupuesto de cada quien. La isla de Paros guarda el encanto de las construcciones blancas, de formas que se antojan redondeadas, y de paredes espesas que garantizan una temperatura templada en su interior. Los pestillos de las ventanas, pintados en azul, sincronizan el paisaje, ese que todos hemos visto en las postales.
En mi opinión el tesoro de Paros no se encuentra en Noussa, sino en otras ciudades como Parikia y Lefkes. La primera ofrece una variedad gastronómica, de la cual hacen gala no solo la cocina tradicional griega, sino la cocina fusión que ha ido impregnando a los griegos durante siglos.
Parikia también marcada por el comercio, dispone de iglesias ortodoxas que generan gran curiosidad para los creyentes de otras zonas de la tierra, y para los curiosos de los rastros del antiguo Imperio Bizantino.
Lefkes, en cambio más sobria y menos atiborrada de turistas, una ciudad de altura, recuerda a sus visitantes la importancia de los olivos y sus deliciosos frutos: las aceitunas. A la usanza de milenarias culturas que en oriente y américa cultivan los cereales de manera escalonada, los olivos en Lefkes crecen en terrazas.
Paros no es un destino para ir a la playa. Mucho menos está hecha para abritar cientos de parasoles, camas de playa, y restaurantes baratos a su alrededor. Quien quiera aprovechar del mar, tendrá que arriesgarse a hacerlo en las pequeñas ensenadas salvajes que desprevenidamente se encuentran a unos metros de las vías secundarias. El mar azul Mediterráneo, libre de algas y de jet skys, permite a quien lo quiera, apropiarse por un rato de ese bloque de agua, cálido y al ojo bastante limpio.
Estos dos primeros destinos griegos conservan una estrecha relación con ese pasado helénico en el que algunos de nosotros hemos pensamos al ver la bandera a rayas azules. Pero otra cosa se vive en el tercer destino turístico al que me referiré en este texto: Creta.
Creta es una de las islas de mayor tamaño del Mediterráneo. En mi mente está presente gracias a la historia del rey Minos y del laberinto que hizo construir a Dédalo en su palacio, para contener al Minotauro.
Este fue el primer mito griego que escuché y mi favorito. Todo lo que puede denominarse como una tragedia griega se percibe en este histórico relato, que parece flotar aun en el sitio arqueológico del palacio de Knossos, no lejos de Heraklion, la capital.
Creta, eje comercial del Mediterráneo, una joya deseada por muchos poderosos, sufrió incursiones de todo tipo, desde los tiempos en que las polis griegas eran cada una centros independientes, o ciudades estado y no un estado nacional.
Creta, la gran rival comercial y militar de Atenas, ubicada en el Mar Egeo entre la actual Grecia y Turquía, no pudo escapar al pasado Bizantino, ni a la influencia de los Venecianos y tampoco al Imperio Otomano. Esa particularidad hace que una ciudad como La Canée (en italiano) tenga otros dos nombres Chania (regalo de los otomanos) y Hania (su nombre original).
En el transcurso de una semana solo pude concentrarme en la zona de La Canée, en las costas del norte y oeste de la isla de Creta. Las playas, cada una más bella que la otra, y todas ellas dotadas de paisajes que se esconden detrás de una naturaleza tupida y protegida por las montañas. Ese es el mayor atractivo de esas playas pequeñas y tranquilas en donde los amantes de las montañas podemos prepararnos para una caminata, o simplemente bañarnos en un mar rodeado por ellas. Otras playas de arena rosada, se presentan ante nosotros como piscinas naturales protegidas por mini barreras de coral y a la vez permiten la práctica de deportes como el kite-surf.
Cerraré este relato, con mi visita más reciente a la isla de Corfú, que terminó por completar una parte del rompecabezas griego. Corfú hace parte de las islas Jónicas, por lo cual concentra historias comunes bizantinas pero se precia de no haber sido nunca asimilada por los otomanos. Este pedazo de tierra fue más bien un centro de interés para los Venecianos quienes controlaron el Mediterráneo durante cuatro siglos, desde 1386.
Cuando este poder se apagó, los franceses hicieron presencia en el lugar, luego los ingleses quienes contribuyeron a la modernización del fuerte ubicado en la capital de la isla: Corfú-Town. Algunas casas reales europeas también visitaban puntualmente la isla: los Habsburgo durante el siglo XIX y luego los alemanes representados por el Káiser Guillermo II durante el siglo XX.
Un pequeño territorio como Corfú conserva las marcas y la influencia de todos esos actores en diferentes periodos de la historia. La arquitectura de las calles y edificios de Corfú Town, el palacio Aquileón propiedad de Sisi la emperatriz austrohúngara, la concepción de las iglesias y de los monasterios que rodean la isla son prueba de ello.
Para los amantes de la literatura Corfú también resulta más auténtica porque recuerda la historia del regreso a Ítaca, como última escala en el periplo de Ulises, antes de volver a casa.
Otra parte interesante de la exploración de Grecia fueron los múltiples intentos por descubrir lo más profundo del Mar Egeo y por supuesto del Mediterráneo, practicando esnórquel o buceando, pero fueron siempre decepcionantes. Lamentablemente, el ecosistema marino del Mediterráneo se ha ido perdiendo y resulta prácticamente imposible ver algo más que un puñado de peces pequeños que circundan los pocos corales vivos que se pueden apreciar.
Según los habitantes de las islas, la llegada de otras especies animales devastadoras, son responsables del daño ecológico de las profundidades. Aun así, no puedo dejar de pensar en los miles de viajes que realizan los barcos griegos y los cruceros que transitan el mar, arrastrando con sus aspas todo lo que encuentran a su paso.
Tampoco se pueden olvidar los cientos de embarcaciones, veleros, catamaranes, y hasta barcos de pesca que sobre explotan y contaminan ese mar; en el que abundan más los cadáveres de migrantes que tratan de llegar a Europa, que los peces, los pulpos y las otras especies marinas.
La amabilidad de atenienses, parios, cretenses y corfiotas es indiscutible. Las sonrisas, las historias, la paciencia, la acogida de un pueblo listo a comunicarse y a escuchar lo que tenemos para decir, es invaluable. Expertos en otros idiomas y por supuesto acostumbrados a las olas de turistas que de todas partes de la tierra hacen el trayecto para constatar los decires de quienes han tenido la fortuna de apreciar sus riquezas, es claro que los griegos no decepcionan.
A diferencia de muchas naciones que hacen alarde del turismo como primera actividad económica pero que carecen de amabilidad y de empatía, los griegos han sabido adaptarse a toda clase de personas. Si bien el turismo extensivo es una herida profunda en muchas zonas como en el norte de Corfú y en algunas islas de las Cicladas, es cierto que ese turismo barato es una necesidad creada para personas que solo se interesan en pasar horas bajo el sol, frente a las aguas cristalinas. Pero Grecia tiene mucho más que ofrecer.
Los hoteles familiares abundan pero a diferencia de las residencias y complejos hoteleros de baja gama, los primeros sí que guardan un verdadero Know-how, “savoir-faire” y proponen y hasta producen productos locales de calidad aceptable y abordable.
Los europeos que han llegado para instalarse, han deformado las islas proponiendo zonas de acogida atribuibles a nacionalidades específicas, en donde solo se habla, se escuchan y se ven los mismos productos que se consumen a miles de kilómetros al norte, en la Europa continental.
En Creta, la presión ejercida por el rutinario entrrenamiento de los F15, apostados en la base que la OTAN les impuso a los habitantes, parece un contrasentido. Estos paraísos por ahora protegidos de los cientos de miles de migrantes que si reciben otras islas griegas como Lesbos, nos hacen olvidar los conflictos internacionales y la tragedia humana que acecha a nuestra puerta.
Hemos preferido olvidar que Grecia carece de recursos ilimitados para tratar las problemáticas ligadas a las migraciones, producto de los conflictos en el medio oriente y en el norte de Africa. Hemos obviado que la xenofobia también crece en este maravilloso país producto de una política europea lenta y retardataria que no responde a las numerosas demandas de asilo de manera rápida y eficaz.
Esos migrantes hacinados, maltratados, enfermos, que sufren cotidianamente el rigor de las autoridades, tal vez lleguen algún día a hacer parte de ese gran país que es Grecia, al que la historia y geografía le han puesto en primera línea frente, a los desafíos y a los grandes eventos de la humanidad.