El 25 de noviembre es desde 1999 el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres.
Le violencia contra las mujeres es psicológica, es física, es sexual. Esta violencia sistemática pasa por insinuaciones no deseadas, acoso, actos sexuales forzados, violaciones – incluidas las conyugales-, pasa por la trata de mujeres y por supuesto y no menos importante, por el feminicidio.
Para quienes no están aún familiarizados con este último el Feminicidio es el asesinato de mujeres por razones de género, es decir por el hecho de ser mujeres.
El Observatorio de la igualdad de género de América Latina y el Caribe, registra y estudia la cuantificación anual de homicidios de mujeres asesinadas por razones de género. Lamentablemente, un país como Colombia no hace parte del estudio, aun cuando la violencia hacia las mujeres es constante y casi diariamente se escuchan casos de nuevos feminicidios.
Naciones Unidas estima que durante la pandemia del Covid-19 “el numero de llamadas a las líneas de asistencia se ha quintuplicado”[1], eso cuando hay una línea de emergencia a la que se pueda llamar; o cuando el operador o la operadora han sido formados para asistir a las victimas de violencia y hablan el mismo idioma que quien llama.
Si, el mismo idioma, porque en América Latina no todas hablamos castellano, muchas hablan únicamente lenguas indígenas. En Guatemala, ningún agente policial habla maya, a sabiendas que la línea de emergencia habilitada busca brindar atención a las mujeres que piden auxilio o que quieren realizar denuncias penales asociadas a la violencia de género. Esto en un “país en donde el 40% de la población es maya, según el censo de 2019, y en el cual muchas mujeres son monolingües”[2], la falta de formacion de los policias parece ser un chiste de pésimo gusto.
Se nos olvida que Brasil se hablan 150 lenguas indígenas, en México 68, en Colombia 65, en Guatemala 22 y en Ecuador 14. América Latina no es un continente homogéneo, pero en lo que sí parece estar muy alineado es en la violencia hacia las mujeres.
En Colombia 273 mujeres han sido asesinadas durante el confinamiento, y 203 de esos homicidios[3] han sido considerados como feminicidios. No se ha acabado el año y la crisis ligada a la pandemia y a las medidas de confinamiento adoptadas en muchos países están lejos de estar superadas.
Las restricciones de movilidad también han puesto en jaque la operatividad de los servicios de policía, de las fiscalías, de los centros de protección y de refugio de número limitado y tantas veces saturados; de los hospitales y de la misma medicina legal que en estos momentos tienen otras prioridades ligadas a la mortalidad causada por la pandemia.
Las mujeres han sido abandonadas una vez más ante un sistema que poco hace por protegerlas, con unos servicios de atención deficientes, una policía y funcionarios judiciales que no han sido formados para recibir ningún tipo de denuncia sobre violencia contra las mujeres, con jueces que prefieren aplicar penas irrisorias, con reporteros que para vender la prensa roja prefieren tratar los feminicidios como crímenes pasionales.
En nuestras propias casas no se nos forma para pedir ayuda si somos víctimas de violencia. ¿Cuantas de nosotras hemos visto o vivido situaciones de acoso y hemos preferido callar? ¿Cuántas de nosotras sabemos que nuestras madres, hermanas, primas, sobrinas, abuelas sufren violencia y que su agresor duerme con ellas todas las noches? Preferimos “no meternos”, no opinar sobre la vida privada de las demás, pero olvidamos que la violencia no es privada y que tiene unos impactos nefastos sobre nuestras sociedades.
Si lo tomamos desde el ángulo productivo que parece ser el único argumento que a muchos les importa, ¿cuántas mujeres dejan de asistir a sus trabajos o presentan bajo rendimiento por causa de la violencia de género? ¿Cuántas deben dejar de trabajar porque su agresor les restringe el movimiento para inhabilitarlas económicamente? ¿Cuántas van a trabajar pero no tienen control sobre sus cuentas y deben explicar a su opresor cada gasto? ¿Cuántas tienen que abandonar el trabajo remunerado porque el trabajo en casa no se divide, ni se valora? Que la mitad del mundo que somos las mujeres no seamos “productivas” debería ser un gran debate económico y entonces social, pero esos grandes debates de sociedad no los da el patriarcado.
Ni hablar de los desequilibrios sicologicos que se producen no solo en las victimas, sino en los hijos de las mismas que muchas veces asisten y otras veces también sufren la violencia del agresor. Se nos olvida que parte de la violencia a la que asistimos lleva reciclándose por décadas, y que toda ella no se puede atribuir a la lucha contra las drogas o a los conflictos armados. Es más, muchos de esos soldados baratos reclutados con o sin su consentimiento han sido personas víctimas de violencia.
La presión ejercida por los colectivos de mujeres y por militantes, ante las autoridades policiales, judiciales, los entes control y gobernantes parecen solo hacer efecto con denuncias replicadas cientos de miles de veces en redes sociales y por las manifestaciones que convocan a marchar, a veces de manera reiterada.
Hace unos pocos días tuve la oportunidad de conocer el caso de Marisela Escobedo, gracias a un documental que está disponible sobre una de las grandes plataformas de contenidos visuales que existen. Sin llegar a los spoilers, el documental relata la lucha de una madre que ha perdido a su hija y las dimensiones que toma ese crimen en una zona como Juárez, México. Es un recuento desgarrador cuando uno reflexiona sobre lo que tiene que hacer una familia para pedir justicia. Parece ser el combate de muchas familias y de miles de madres que en América Latina piden exactamente lo mismo : que cese la impunidad.
Es dramático que solo nos convirtamos en militantes sociales cuando nos tocan a una de las nuestras, y tener que admitir que somos absoluta y cobardemente apátic@s para sentar nuestra voz de protesta y actuar.
El caso de Marisela Escobedo me movió otras fibras que desde hace ya muchos años arden en mí. La canción del final “Sin Miedo”, de Vivir Quintero https://www.youtube.com/watch?feature=youtu.be&v=VLLyzqkH6cs&app=desktop terminó por golpearme más, otro intento por despertarme de la letargia.
Porque así seamos sensibles a la violencia contra las mujeres, la verdad es que muchas de nosotras hemos estado solas, o tenemos claro que muchas mujeres victimas están solas. Nos sabemos muchas pero tenemos que actuar de una manera o de otra, educando a nuestros hijos en el respeto, criarlos desde la igualdad, hacerles entender lo que significa el consentimiento, el valor de la palabra NO; explicando y ensenando a nuestras hijas desde pequeñas a protegerse, a buscar ayuda, a no callar y a luchar, a ser sororas.
Este 2020 tan trágico y tan dramático para muchas familias, estará también manchado por la sangre de miles de mujeres que en todo el mundo han sucumbido ante la violencia de género. Ni siquiera bajo esas circunstancias este 25 de noviembre pudimos salir a pedir justicia, cambios institucionales, financiamiento a las asociaciones que garantizan el apoyo a las mujeres víctimas. No pudimos a reclamar los derechos que tenemos sobre nuestros propios cuerpos, no pudimos salir por cobardía, por falta de empatía y también porque la represión policial está presente, ahora más que nunca en tiempos de pandemia.
No salimos a protestar porque sabemos que los gritos y las demandas de las mujeres han sido desoídos por siglos. De cada una de nosotras depende no dejar morir esta lucha, de hacernos oír, de actuar y de seguir pidiendo justicia. Merecemos vivir sin miedo.

[1] https://www.un.org/es/observances/ending-violence-against-women
[2] https://cuestionpublica.com/latinoamerica-desprotegio-a-las-mujeres-durante-la-pandemia/
[3] https://cuestionpublica.com/latinoamerica-desprotegio-a-las-mujeres-durante-la-pandemia/
Imagen : Nivea Ortiz