Trató de despertarse varias veces. Aunque buscaba encontrar la posición en la que se ponía cada mañana cuando estaba en su cama, no lograba encontrar el impulso necesario para levantarse del lugar en el que estaba.
Aparentaba ser una cama, pero en realidad era un altar de cemento, de esos que existen en las prisiones, o sobre los que se disponen las bandejas con los cuerpos, en las morgues.
Pasaban varias horas antes de que se volviese a repetir el ritual, como una espiral sin fin. Después de intentar incorporarse, el tiempo transcurría rápidamente y veía como la escasa luz que llegaba a la habitación por medio de una ventana alta, se difuminaba para dejarle nuevamente en la sombra.
Había perdido el control de las horas, de los días, del tiempo. Tenía en la mente un par de recuerdos, de rostros que le parecían familiares, pero que al final no le despertaban ningún tipo de emoción. Durante el tiempo transcurrido en ese lúgubre espacio, no observó la presencia de otro ser, ni pudo escuchar voces a lo lejos.
No tenía recuerdos de necesitar alimentarse, o lavarse, o de ir al baño. Tampoco experimentaba la necesidad de dormir, solo la de incorporarse y salir del lugar en el que estaba.
Del otro lado de la ciudad una familia pequeña de tres miembros que llevaba buscándola desde hacía varios años, comenzaba su cotidiano con oraciones, encendían una vela frente a su retrato, como si fuese una santa, esperando que regresara a casa.
Ella había salido de casa un día cualquiera en dirección a su trabajo. Su jornada empezaba a las 7h00 de la mañana. Puntual, como lo requería el tipo de empleo que tenía como recepcionista de un edificio, era quien debía abrir la puerta a los demás empleados, unos dedicados a la limpieza, otros a las labores en la cafetería, también a los encargados de la papelería y suministros. Ella era quien recogía y organizaba el correo que llegaba y que estaba destinado al director general y a los miembros del comité central.
Aunque llevaba en el cargo un par de meses, había logrado adaptarse al funcionamiento de la recepción y al carácter de quienes se anunciaban, algunos desagradables y otros que pretendían conocerla, solo para sustraerle favores. En general se trataba de hacerlos pasar sin anunciarse, o de comunicar números de teléfono personales, que ella no conocía o no estaba autorizada a compartir.
Nunca tuvo disgustos, ni problemas con nadie. Su naturaleza discreta y profesional, ponían freno a los comentarios entre colegas, a las galanterías e invitaciones que de vez en cuando se presentaban. No salía a almorzar con nadie, ni compartía con otros empleados de la compañía.
Una tarde, al terminar la jornada, decidió caminar un poco en lugar de tomar el bus que la llevaría directamente de regreso a casa. Eran solo las 5h00 pm y había llovido. Caminó un par de calles antes de sentir que un brazo le apretaba el cuerpo y una mano le cubría la boca. Con la fuerza que tuvo trató de defenderse, de soltarse, sin éxito. Fue introducida violentamente al baúl de un carro que se encontraba estacionado justo al lado del andén.
Podía sentir la velocidad a la que se desplazaba el vehículo, pero aparte del sonido propio de los autos y de la calle, no lograba identificar otro tipo de sonidos. Al estacionar el carro, sintió pánico. Su cuerpo se paralizó y no le salía voz para gritar y pedir auxilio. Temía ser abusada y asesinada, no entendía porqué le estaba pasando eso, nunca había tenido problemas con nadie. Era temprano y el lugar de dónde la raptaron era relativamente seguro para una ciudad latinoamericana.
Alguien abrió el baúl, pero no tuvo tiempo para identificar a ese alguien, pues rápidamente le tiraron una bayetilla roja y sucia a la cara. Sintió cuatro manos, cuatro brazos que la dominaban. Pero ella seguía inerte y muda.
Al entrar en un lugar, escuchaba voces de hombres y mujeres que emitían quejidos, adoloridos pedían ayuda, clamaban piedad, pedían perdón, maldecían. Pero fuera de esas voces, solo escuchaba la respiración entre cortada de dos personas, debido al esfuerzo realizado mientras la transportaban.
Sintió como la ponían de pie, y con sus manos estiradas hacia el frente tocó un muro, frio e irregular. A la vez, una mordaza le cubriría la boca y un paño oscuro le cubriría los ojos por un tiempo indefinido. Cayó al suelo, sus piernas no lograban sostenerla. Escuchaba los gritos ahora de los hombres que la había llevado hasta allí, la acusaban de hechos que no le parecían familiares, le daban golpes en la cabeza y el cuerpo. Amenazaban con asesinarla y desaparecerla si no colaboraba; y de hacer lo mismo a su familia si se daban cuenta que mentía.
Era como si hablasen una lengua distinta a la suya, como si la hubiesen confundido con otra persona, pero no podía decir nada, gritar que no había hecho nada, o mentir para salir de ahí. Su cuerpo no respondía a sus deseos, ni siquiera para protegerse de los golpes. Sentía las lágrimas bajar por su cuerpo, y la orina entre sus piernas, pero no emitía voluntariamente quejidos o muestras suplementarias de dolor.
Un rato después le arrojaron agua fría a su cuerpo aun vestido con su uniforme de trabajo. Estuvo esperando con angustia durante horas lo que seguiría a esos instantes de violencia. Por su mente pasaron los relatos que había visto en la televisión sobre personas desaparecidas y torturas, y violaciones, y asesinatos.
Nunca pensó que algo así fuese posible para quien “no había hecho nada”. Ajena a los relatos de sobrevivientes de tal viles actos, le parecía remota la idea que ella o algún miembro de su pequeña familia pudiese encontrarse en una situación similar.
Se recostó sobre la espalda y desde ese momento dejo de sentir, dejo de sufrir. Horas después comenzaría su rutina, esa en la que intentaba incorporarse sin éxito y esperaba paciente a que la jornada acabara para volver a intentarlo.
Mientras tanto, su familia llevaba buscándola ya dos años. Habían repartido volantes, habían logrado participar en una emisión de radio especializada en las victimas de las autoridades, de los grupos armados, de los carteles, de las mafias de tráfico humano, todos ellos responsables de la desaparición de personas.
La lentitud y la desidia de la justicia local, impedía que la búsqueda avanzara. Su género y edad, fueron motivo suficiente para que la hipótesis de las autoridades fuera que había escapado con un supuesto novio. Luego hablaron de un posible enrolamiento en una red de tráfico: seguro porque su nivel educativo y el modesto modo de vida de su familia, los hacía pensar que la prostitución o el transporte de narcóticos la convertía en una candidata ideal para ganar más dinero, rápidamente.
Después de dos años y sin pruebas a la mano, presumieron que posiblemente sus intereses políticos la habrían llevado por el camino de movimientos de izquierda, y que a lo mejor habría integrado la milicia. Una tara bien incrustada en América Latina en dónde la Guerra Fria, y la consecuente oposición entre capitalismo y comunismo, justificaron intervenciones militares, dictaduras y todo tipo de crimines de lesa humanidad, que se cometieron para evitar el ejercicio de los derechos políticos de los oponentes.
A pesar de su discreción, su familia siempre tuvo claro que ella nunca había sido afín a ningún movimiento político, a ninguna causa. Ella era una persona a la que poco le interesaba lo que pasaba en el país, y aparte de preocuparse por contribuir con los gastos de la casa, y por sobrevivir, no le quedaba mucho dinero para salir a divertirse y conocer gente.
Siempre estuvo en casa, ayudando con las labores, proponiéndose para acompañar a sus padres a las citas médicas, y los domingos al servicio de la iglesia.
Un año más pasó, sin que la familia de tres integrantes tuviera noticias de ella, entre la desesperanza y el dolor, trataron de continuar sus tareas cotidianas. Un día de marzo, su madre encendió el televisor para ver las noticias del medio día, la cual dedicaba varios minutos de la emisión a explicar recetas de cocina y a dar consejos de salud.
Sin embargo, la noticia central del día era la intervención de la Policía en una bodega abandonada, la cual servía a un grupo de criminales como centro de tortura. No explicaban quiénes eran los responsables, ni tampoco precisaban si habían logrado detener a alguien. Lo único que quedaba claro era que el centro de tortura funcionaba como una oficina tercerizada, que se ocupaba de hacer el trabajo sucio a quien pagara por adelantado.
Un antiguo verdugo, tal vez arrepentido por las atrocidades que había cometido, había decidido hablar. Tiempo después se supo que había tenido que torturar y asesinar a su propio hermano y esa situación lo habría confrontado a sus actos. Debía comunicarle a su madre, a su cuñada y sobrinos que su hermano no regresaría jamás.
El verdugo había revelado el funcionamiento del centro, pero nada más allá de la parte operativa. No podía identificar a quienes comandaban, ni tampoco el destino del dinero colectado para cometer los crímenes y del cual recibía solo una mínima parte. Era un empleo bien pago, pero de la mayor discreción. Quienes trabajaban allí solo se identificaban por el nombre o por apodos que les atribuían al llegar. Nadie conocía los apellidos o la verdadera identidad de nadie.
Por esto, el verdugo solo supo dar descripciones habladas de otros trabajadores, pero poco pudo aportar sobre la identidad de los mismos. El horror que se cometía en el lugar estaba tan bien planificado que cada persona se especializaba en tareas específicas. Quienes realizaban el seguimiento a las víctimas, no eran los mismos que las raptaban. Los que las transportaban no eran los mismos que interrogaban, quienes torturaban, no conocían la disposición final de los cuerpos.
La única certeza que se tenía entonces, es que nadie salía caminando de ese lugar. Que la probabilidad de encontrar sobrevivientes era nula.
La madre que miraba aterrada las noticias, poco a poco despertó de su letargo, tomó conciencia que tal vez su hija habría podido estar en ese lugar. Las investigaciones nunca lograron establecer cuantas personas habrían pasado por el centro, tal vez por complicidad, tal vez porque esos muertos no le importaban sino a sus familias, pues no tenían ninguna resonancia ni económica, ni política.
Ella continuó acostada en su cama provisional, despertando todas las mañanas, sin percatarse de que estaba muerta, que su cuerpo había sucumbido a esos primeros golpes y que cuando recibió el chorro de agua helada, su corazón había empezado a fallar y se apagaría horas después .