Cuestionando Referentes

Hace un par de días vengo pensando en algo que me hace ruido desde hace tiempo y que ya había logrado tocar en otras entradas: en El Dorado – Melting Pot d’identité (…), en Jeu de Guerriers Intemporel, pero también un poco en el artículo sobre el Machismo.

Se trata de trazar un poco los discursos y contenidos que llegan a nosotros y de verificar qué tan desarrollado tenemos nuestro sentido crítico, como para poder discernir si se trata información acomodada o si se quiere conveniente, y en ultimas, poder establecer si el discurso o si el conocimiento tiene hoyos por donde se puedan colar cuestionamientos.

Partiendo desde el análisis de los conocimientos que adquirimos durante la infancia y que van aumentando con el paso de los años, es claro que nuestros saberes y nuestras conductas empiezan a llenarse de lugares comunes que nos construyen como individuos de una sociedad. Al mismo tiempo, para hacer parte activa de esa sociedad, resulta evidente la creación de recursos de identificación y de pertenencia.

Pero ¿Qué pasa cuando esos recursos son cuestionados de un momento para otro? ¿Qué pasa cuando otra persona, circunstancia o  experiencia nos permite revisar lo que creíamos que era evidente, claro o fijo?

Me encanta la historia del mundo, de los pueblos, de los países y por supuesto de las personas. Esa curiosidad me ha llevado a pasar horas de mi vida viendo documentales y series, asistiendo a conferencias para escuchar relatos “reales”, haciendo preguntas a desconocidos, leyendo y visitando lugares que para mí tienen un valor y un significado especial.

Justo durante el fin de semana, sentada en mi sofá viendo televisión, pasaba canales y terminé por detenerme en una emisión sobre François I (Francisco I de Francia). “El rey de reyes” era el título del documental.

Tal vez porque conozco un poco o tal vez suficiente de la historia de mi país de adopción, incluso desde antes de poner un pie aquí, empecé deconstruir todo el discurso del documental que giraba en torno a la vida personal del monarca, pero igualmente a los logros políticos del personaje.

Francisco I es una figura que reúne a los franceses en torno a una historia común, al inicio de un periodo más vistoso y clave en la formación del Estado, justo después de la convulsa Edad Media.

Sin embargo, la narrativa utilizada empezó a despertar mi sentido crítico en cuanto empecé a escuchar el discurso patriarcal y machista sobre un monarca viril y “evidentemente” mujeriego. Un discurso que arropado por el poder, justifica el hecho de que el Rey trajera a vivir sus amantes a la corte, mientras embarazaba cada que le era posible a una esposa fea, coja y bizca, Claude de Francia. Esta última, quien por medio de alianzas familiares se convirtió en reina, tenía solo dos funciones: legitimar el poder de su esposo y el de darle herederos masculinos que pudieran ocupar el trono real a la muerte de Francisco I.  

Todo eso que se normaliza en el discurso, sigue siendo validado después de quinientos años, en muchas de nuestras sociedades. El “rey de reyes” terminaría sus días aquejado por problemas de próstata, causados por las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual) producto de una promiscuidad que vivió sin condones a la mano, para limitar los riesgos.  

Resulta un poco paradójico que en una sociedad que se dice igualitaria, al menos en el papel, y a sabiendas que la mentalidad machista lleva todos los días a que la tasa de feminicidios aumente (y que se dispare durante el confinamiento), tengamos derecho a la casi validación sobre la posesión del cuerpo femenino por parte de un  hombre que puede permitírselo. La emisión fue grabada hace pocos días, pues el presentador alude a la suerte que tiene de pasear por lugares que normalmente estarían atestados de gente.

Se entiende que los expertos invitados hiciesen referencias a “hechos históricos” y que estos no pueden modificarse, pero es la manera en la que son narrados que reflejan una suerte de reivindicación, y de normalización de comportamientos lamentables que no son cuestionados.  

El discurso del gran monarca del renacimiento que financiaba trabajos arquitectónicos sin iguales, construcciones magnificas como la de los castillos de Chambord, y del Louvre, también me procuraron sorpresa.  

Los expertos olvidaron mencionar que la planeación de esos proyectos fue errática y que tal como le pasaría a Napoleón Bonaparte siglos después, estos grandes personajes indecisos y egocéntricos terminaban por retrasar el desarrollo de su legado arquitectónico. Aquello implicaba que los costos se dispararan y que el pueblo terminara pagando con sus impuestos, las extravagancias de quienes se mantenían en el poder.

Campesinos y obreros que no dudaban del poder divino del rey, ignoraban que éste solo había planeado dormir 70 días al año en su nuevo castillo. Ignoraban también que las finanzas estatales estaban en mal estado, y que a la corte, una tropa constituida por lo menos 100 personas que iba moviéndose por todo el territorio junto al rey, había que garantizarles su seguridad. Esta última también pagada con los impuestos de la gente.

Que el pueblo contribuya a los gastos para el mantenimiento del Estado no es nuevo, lo que no se ha podido cambiar es el peso que tiene para el presupuesto público el mantenimiento de algunas instituciones inútiles, o el de los zánganos que acompañan a los gobernantes de turno, sea en visitas internacionales o financiando lujosas fiestas y reuniones que, en Francia en todo caso, hizo rodar literalmente las cabezas de Luis XVI y de la reina Maria Antonieta de Austria a finales del siglo XVIII.

De otra parte, el documental también hizo alusión a las características que calificaban a Francisco I como un visionario, estadista y gran gobernante europeo. En realidad su egocentrismo propulsó la guerra que estalló contra la Inglaterra de Enrique VIII (otro narciso), un conflicto que siempre estuvo marcado por las alianzas paralelas de Francisco I o de Enrique VIII, con el « más » de aquella época: el emperador Carlos V.

No es posible que a estas alturas intenten vendernos a Francisco I como si hubiese sido un gran gobernante. La ecuación era simple: o el tipo se alineaba con el emperador o sería su enemigo quien lo hiciese. El sistema de alianzas no le permitió al rey de Francia ser decisivo en la escena internacional como pretenden hacer entender. La Francia de 1515 -1547 dependía tanto de sus aliados, como la Francia de la Resistencia, que durante y después de la II Guerra Mundial, tenía que esperar y adaptarse a lo que sus aliados le quisieran dar.

En algún momento evocaron incluso el hecho de que  Francisco I fue “tolerante” con los protestantes pero que por el “abuso” de estos últimos, quienes se atrevieron a dejarle un panfleto pegado a la puerta de su habitación, el buen monarca habría decido que los protestantes no beneficiarían más de su compasión. Bienvenida la guerra entre hugonotes y católicos que devoraron a Francia y paralelamente a toda Europa durante dos siglos.

¿Cómo se puede hablar de tolerancia, de paz, cuando las acciones y decisiones de un dirigente están encaminadas a reducir mental y psicológicamente al que es diferente, a desterrarlo si es “necesario”, a prologar la guerra, a eliminar físicamente al enemigo? ¿De dónde proviene la necesidad de pasar por encima de los demás y de no cumplir los acuerdos pactados?

La cereza sobre el pastel vendría por cuenta de una frase bastante aterradora que hacía referencia a la construcción de Francia según los expertos “como la conocemos: una sola lengua, una sola religión, una monarquía absoluta (…)”.

Nada más impreciso que esa afirmación, si bien muchos aun la creen cierta al cien por ciento. Es con Francisco I que se impone la lengua francesa como oficial: utilizada en el mundo administrativo y como vehículo de ascensión social, gracias a la Orden de 1535 de “Villers-Cotterêts”. Esa orden provoco que lenguas locales como el breton, el bourgignon, el limousin y el gascon, fueran  cayendo en desuso.

Pero incluso durante la primera mitad del siglo XX muchos niños aprendían la lengua francesa en la escuela, aunque en sus casas se hablara Occitan o Catalan, como me lo transmitieron algunos abuelos que conocí a mi llegada a este país.

La imposición cultural que supone la lengua, la conocemos bien en América. Por lo que concierne a África y a la Indochina Francesa, algunas antiguas colonias conservaron el francés como lengua oficial y administrativa; pero en general han logrado mantener las lenguas locales y algo de su propia identidad.

La lengua se erige como un vehículo de dominación que limita también al que no tiene destreza en la misma, aunque haya decidido voluntariamente adoptarla como segunda o tercera lengua.

La dominación también se ejerce por medio de la religión. Tal vez, la única referencia que tenemos en América es de origen colonial, ligada a la destrucción de los ritos locales, de los saberes ancestrales y a la  persecución de la “Santa Orden de la Inquisición”.

Pero en Francia esta dominación a través de un Dios o de una religión como el catolicismo no se detuvo con la Revolución Francesa. Hoy el concepto de laicidad se usa para excluir, para discriminar, para perseguir. La laicidad emblema de Francia junto a la libertad, igualdad y a la fraternidad, es vehiculada por actores políticos y medios de comunicación para crear nuevos conflictos sociales.  

Aunque muchos de nuestros gobernantes son laicos y hasta ateos, una buena parte se identifica como católicos y en ese sentido, sus decisiones pueden ir en contravía de la defensa y de la libertad de cultos; en contra del respeto a quien practica una religión diferente, regida por códigos que van más allá del pensamiento y que son visibles.

Ya no son los protestantes los que generan la animadversión de los franceses practicantes católicos, sino los musulmanes, quienes cargan la mayor parte del tiempo con una segunda variable discriminatoria, la de ser hijos del antiguo imperio francés, la de los migrantes de toda África, de la antigua Indochina y del Caribe. 

Es claro que en Francia la monarquía cayo hace siglos, que ya bajo una Quinta República se ha logrado consolidar un régimen democrático y limitar la presidencia a un periodo de cinco años. Sin embargo, la manera de “gobernar” de algunos presidentes puede dar lugar a ciertas dudas. 

En Francia se habla de Emmanuel Macron como un monarca. El presidente más joven de la Quinta República hace parte de esa clase de hombres políticos desconectados de la realidad, de lo que pasa en el territorio, de lo que se vive en los departamentos de ultra-mar.

Macron es lejano a los barrios marginales, ignora las demandas de los chalecos amarillos, de las centrales obreras. Hace oídos sordos a los llamados de atención de los colectivos feministas y LGBTIQ que reclaman sus derechos; desconoce e incluso parece antipático ante los pedidos del personal médico, de los maestros, de los cuerpos de bomberos y hasta de algunos cuerpos policivos, que reclaman a su gobierno mayores recursos públicos que permitan el funcionamiento de lo que queda del Estado de Bienestar.

Ese Estado de Bienestar al que neoliberales como Margaret Tatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos quisieron destruir a toda costa en los 70’s, para entregárselo a los privados. Un modelo que desafortunadamente se regó como pólvora por el mundo y que ahora en tiempos de epidemia, los franceses vuelven a apreciar y creo lucharan por conservar.

Francia es otra cosa que la definición dictada por un documental carente de análisis histórico y de sentido crítico.

Este es un país en donde sí la lengua francesa es la lengua oficial, pero en donde cada esquina alguien puede estarse comunicando en una lengua completamente extraña al oído.

Es cierto, mantiene una carga de dominación política y cultural, ligadas a lógicas de esclavitud que le permitieron obtener su riqueza; pero todos los días tiene que hacer frente a las consecuencias de las decisiones tomadas por monarcas, emperadores y presidentes con ínfulas de reyes, que definieron el curso de su historia.

El arte, la lengua, la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, también son reflejo de interacciones que no pueden desconocerse, que portan una historia que no siempre es positiva y digna de gloria. Muchas veces es vergonzosa y está construida sobre un imaginario falso, o sobre cientos de miles de cuerpos.

Vale la pena aprender a deconstruir la historia y las historias, para evitar que los crímenes y los errores de pasado se repitan en ciclo. Vale la pena cuestionar los relatos de los poderosos para entender de qué lado de la ecuación nos posicionamos. Vale la pena hacer memoria y recordar que la gloria de los imperios se construyó a partir del dolor de otros pueblos. Vale la pena recordar que somos parte de esos pueblos, comunidades, colectivos y que no tenemos por qué tragar todo entero, así el cuento parezca bonito, sonoro y bien contado.

Publié par Mi vida en cuatro tiempos

Escribo para responder a la necesidad creativa de compartir reflexiones, aventuras y algunas historias personales. J'écris pour exprimer plein d'idées ou de réflexions qu’occupent ma tête quotidiennement. Ce Blog contient aussi quelques histoires personnelles.

2 commentaires sur « Cuestionando Referentes »

  1. Es cierto que leyendo se aprende y comprende.
    Se me hace que la historia en general es muy parecida a la de estás latitudes; para mi tiene un común denominador … Y es el desconocimiento de la mayoría del pueblo de su historia y por lo tanto de las decisiones de sus gobernantes. Será desinterés, que se confía ciegamente en ellos, falta de veeduria, que nos dan pan y circo? O un poco de todo?

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    1. Querida Adriana,
      Gracias por tu comentario. A lo mejor como dices, es que desconocemos la historia, pero tal vez tambien nos falta ser criticos frente a ella, a veces nos averguenza y preferimos mirar a otra parte. Eso tal vez aunado a un falso discurso de resiliencia, hace que olvidemos rapidamente, y terminemos repitendo ad vitam æternam las mismas historias dramaticas que alguna vez nos sorprendieron.

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