El hambre, la duda, la razón ¿También te han hecho Ghosting?

La poca experiencia que tenía en el amor en lugar de ser un peso, se convirtió en una necesidad de descubrir,  de aprender, de consumir otros cuerpos y un intento por tratar de manipular otras mentes.

Las primeras veces en que tuve intimidad ni siquiera estaba segura de lo que hacía; por supuesto que me gustaba, cada nueva experiencia se convertía en un gran bocado que buscaba afanosa degustar, pero que jamás parecía suficiente.  Como uno de esos manjares que se sirven en fechas especiales y por eso mismo no tienes la certeza de volverlo a tener en la boca.  La mayor parte del tiempo quería terminarlo lo más rápido posible para poder tener un poco más, pero eso no siempre funcionó.

Más allá del placer procurado por el orgasmo, estaba viva esa curiosidad de sentir, de explorar un cuerpo que se comportaba de manera mecánica; adecuándose al “deber ser”, a ese placer vehiculado por las películas, la literatura y los chismes de mis amigas. Todos ellos habían moldeado mi imaginario.  

Descubría entonces la “necesidad » de acordar sexo y amor en la misma persona, una extraña formula que había sin duda sido inducida desde la lógica judeo-cristiana bajo lo cual crecí, y que de algún modo viene a soportar esas grandes mentiras que son: la fidelidad y el juntos para siempre.

El placer lo viví antes que el amor, tal vez diciéndome mentiras o diciéndolas a los demás que en su cuadro de perfección, o tal vez bien instalados desde su postura virtuosa, repetían que se habían acostado con su primer gran amor. Tal vez porque los códigos de la época implicaban otras cosas, decidí que yo también repetiría la falacia, para no sentirme usada, ni sucia, ni menos virtuosa que todos los demás.

Al cabo de un tiempo logré entender que el hambre por el otro era más fuerte y que a lo mejor no era tan grave  postergar una relación tradicional, lo cual me evitaba planificar un nuevo romance. Era torpe porque nunca había entendido como conquistar a alguien. Nunca me sentí ni lo suficientemente hermosa, ni mucho menos sexy, como saber qué hacer con eso que te dicen que uses para atraer a quien te gusta.

La confianza que la gente dice tener en sí misma me era un concepto ajeno. No entendía lo que eso implicaba porque desde que tuve uso de razón me dijeron que lo que hacía no estaba bien y que debía volverlo a hacer, a veces sin mayores explicaciones sobre el cómo.

Tampoco sabía qué sentir, desde que era una niña me dijeron que no debía llorar por tonterías, solo en casos de gran pérdida. No sabía escuchar mi cuerpo, me dijeron que no había que dejar sobras en el plato, nunca aprendí a decir es suficiente. Al mismo tiempo, me construí bajo la lógica de una equilibrista para la cual el deporte compensa los excesos de comida.

El discurso romántico occidental vende la idea según la cual cada uno de nosotros encontrará a su “alma gemela”, a su “media naranja”, a su “gran amor” en alguna parte del mundo, en alguna etapa de la vida. Esa versión egoísta, patriarcal y limitada es el gran cuento que perseguimos muchas personas antes de despertar de un buen porrazo.

Parecía que la exploración de mi cuerpo, de mi sexualidad era suficiente, pero debía callarlo. Pues en paralelo y, tal vez llevada de la mano por la curiosidad de lo que tenían los demás con sus parejas, decidí emprender mi cruzada en busca del amor.

Un día cualquiera, un sujeto como cualquier otro me despertó gran interés, puro deseo. No habíamos cruzado una palabra y yo sentía su olor que me embrujaba, todo en él nublaba mis sentidos. No tenía capacidad para avanzar en una conversación cuando menos inteligente, al menos para pretender compartir intereses o gustos comunes.

Tenía la certeza de que yo no le interesaba, pero aun así, deseaba en lo más profundo de mí que me dirigiera la palabra o al menos que me diera alguna señal de que yo le gustaba. Mi torpeza emocional, sólo era el resultado de una falta de confianza enorme que me hacía dudar de cada movimiento y de cada palabra que salía de mi boca. Nunca quise sentirme estúpida, pero más de una vez me en diferentes entornos sentí la burla ante mis comentarios, mis chistes o mi oposición frente algún argumento.

Al cabo de unas horas, luego de cruzar una que otra palabra y tal vez usando el alcohol como combustible para prender mi valentía, lo atrapé sirviendo unas copas y me acerqué en modo caza, para preguntarle si podía servirme un vaso también.

Aproveché para tomar su cara entre mis manos y acércame a su boca, a sabiendas de que podría rechazarme. No lo hizo.

Tuve un poco de tiempo para dejar el vaso sobre la encimera que tenía a proximidad, y así darle espacio a la pasión que hizo de nosotros una bola de fuego. El tiempo transcurría lentamente, pocas palabras prácticamente ninguna, pero cada gesto parecía sincronizado y perfecto. Cada tejido, cada musculo, cada hueso sentiría al día siguiente lo que había pasado durante horas y como el cuerpo de  un adicto esperaba la próxima dosis.

Esa persona a quien llamaré el relojero, ajustaba cada uno de sus movimientos con extrema precisión. También aplicaba la misma técnica a cada palabra que decía, a cada frase que formaba y que no permitía desvelar su estado de ánimo. No era como si fuese alguien a quien podría calificarse de parco, todo lo contrario, parecía alegre y bastante agradable, pero me era imposible saber si esa postura era o no una fachada.

Conocer su posicionamiento frente a las cosas del mundo parecía imposible. Era liso y yo, rugosa. Se aplicaba igualmente al cocinar, odiaba verme circulando por ahí, queriendo abrazarle o sentirle cerca. Él tenía la capacidad de eyectarme, como los pilotos de los aviones ante una emergencia.

Yo no entendía que mi presencia en ese lugar solo era posible porque él lo había decidido así, y no para responder a mi necesidad de verle y de estar con él. Todos los días me levantaba con miedo en el estómago, sin entender exactamente por qué. Sentía una auténtica felicidad y luego ganas de llorar, preocupación, ansiedad extrema. La distancia física me parecía insoportable y esto con el tiempo se convertiría en un motivo de pena permanente.

Aunque le dije mil veces cuanto le amaba, no tengo aun idea por qué si no lo conocía, entendí que no era correspondida. Mi confianza se la ganó con uno que otro truco, que luego comprendí es corriente cuando quieres seguir manteniendo una relación sexual, relativamente estable, con una persona. Di todo lo que en ese momento tenía en mí, para conservar lo poco que me ofrecía. La adicción estaba lo suficientemente avanzada como para querer entrar en razón y dejar de consumirlo.

Con el tiempo y la distancia, esta vez kilométrica, la adicción se fue calmando pero el dolor se fue haciendo más grande, más fuerte, intratable. Me sentía desahuciada y como tal lloraba todos los días y recitaba lamentos aprendidos de memoria, seguramente como un método para tranquilizarme, y tal vez para satisfacer la curiosidad de quien quisiera preguntar sobre lo que me aquejaba.

Tenía tiempo suficiente para pasar la película de “esa historia” una y otra vez, pero no para pensar en lo que eso implicaba para mí, en mis errores, en mi falta de inteligencia emocional.

Nunca nadie me explicó de qué debía protegerme, no hablo de embarazos, o enfermedades de transmisión sexual, sino de esos vampiros emocionales que están al acecho y que cuando se es virgen de sentimientos cuesta tanto identificar. Ese vampiro consumía la vitalidad que la juventud me otorgaba, se alimentaba de mis sueños, de mis deseos, de mis ilusiones. Ese vampiro que seducía y ofrecía regalos tan lejanos de lo que podría gustarme, supo con su gran sonrisa poner unos límites que yo no podía cruzar.

No entendía en ese momento la importancia de poner límites, porque yo no puse ninguno. Esos límites imaginarios me impedían hacer preguntas pertinentes para mi salud mental, así que me abstuve y pretendí entender todo según la lectura de otros ciegos que guiaban mi camino de ciego.

Dando palos a diestra y siniestra intentaba avanzar en un camino que me era completamente desconocido. Con su precisión de relojero, él viajaba en el tiempo a su gusto. Así, estuve entrando y saliendo de esas espirales magnéticas sin siquiera preguntar mucho más. Me quejaba ante mis amigos, pero era incapaz de hacerle preguntas a quien podía contestarlas.

No creo que con su experiencia de viajero constante estuviese dispuesto a contestar nada sinceramente, o que sus posibles explicaciones fuesen de gran alivio para mí. En lo profundo de mi gran adicción, vivía en negación permanente, pensando que yo podía controlarla, que podía sacarla de mi sistema en cuanto me lo propusiera. Sin ayuda, emprendí una lucha interna que jamás resultó como esperaba, porque la confusión seguía intacta.

Antes las críticas o los consejos amorosos que me sugerían dejarlo o no volver con él, no podía responder afirmativamente. En principio quería hacerlo, pero en el fondo lo deseaba a él y a nadie más. Viviendo la vergüenza de volver por más, no sabía cómo salir de esa situación.

Algunas veces tuve la fuerza de lanzarme en otras aventuras, pensando que esta vez sí sería capaz de cerrar el ciclo de este viajero en el tiempo. No entendí en aquel entonces que este personaje sería el primero de una cohorte de personas similares, tóxicas, aunque ninguna alcanzaría la estatura de rock star, que ostentaba el relojero.

Lejos de haber cerrado el círculo, había abierto múltiples vortex. Por eso en algún momento, creí en su proposición de vivir juntos, aunque el plan parecía más una utopía que una proposición sincera que permitiese establecer una relación sana y real. Como si fuese producto de uno de mis delirios de primera fase de desintoxicación, el viajero desapareció de un día para otro, decidió no volver más.

A pesar de mis intentos recurrentes por establecer un contacto que se cortó sin mayor explicación, pensé que se trataba de un nuevo abandono intempestivo (Benching[1]), otro que se sumaba a los dos que ya había vivido.

Esta última vez, con más elementos a la mano, pensé en utilizarlos para pedir explicaciones, pero descubrí que esa persona no existía. Presa del pánico y de la ira, pensaba estar alucinando. Esta conducta llamada Ghosting, no era algo con lo que estuviese familiarizada. Esta es “una práctica que, básicamente, consiste en que, cuando una persona quiere terminar una relación, en lugar de poner fin a la misma como las personas adultas, sentándose y hablando, desaparece sin dejar rastro”[2].

Con los meses y los años y si bien otras personas vinieron a integrar mi vida, me fue imposible tenerles confianza. Me hundí en una seguidilla de relaciones malsanas y de encuentros fortuitos carentes de valor. El relojero me amputó la posibilidad de volver a amar libremente y sin miedo, de ilusionarme, de sentir y de creer en alguien más. La poca confianza en sí misma quedó completamente borrada del mapa.

Siempre hay alguien que te dice que eres capaz de olvidar y sanar, tal vez eventualmente lo sea, pero después de una experiencia como ésta en donde revives la humillación cotidianamente sea menos evidente. Si alguna vez había sentido la fuerza en lo profundo de mi ser, ahora con el miedo devorándome, fui incapaz de usarla para dominar a ese fantasma. Sobreviví en un entorno que de alguna manera lee la desgracia y la fragilidad como faltas de valor, y por eso traté de temporizar la explosión en mi cabeza y en mi alma.

¿Cómo puedes dar si no puedes confiar? ¿Cómo puedes avanzar discursos o defender ideas, cuando no sabes que si has entendido el contexto, si tu lectura del mundo es real? ¿Cómo puedes sentir si no puedes confiar ni en tus propias alertas – ni sabes lo que es el sentido de supervivencia? ¿Cómo puedes saber si esta vez no estas alucinando? ¿Cómo puedes sentirte segura en una relación, si no sabes cuando el otro va a desaparecer sin dejar rastro? ¿Cómo puedes pensar en retomar el curso de tu vida cuando no entiendes por qué, ni en qué momento este huracán te dejó devastada y sin nada?

Algunos pensarían que en esta época digital es imposible esconderse de alguien, pero es más fácil de lo que parece y por eso una práctica como el Ghosting se extiende, generando dolor, angustia y amargura a miles de personas que se siguen preguntando qué pasó. Esto es violencia psicológica,  pero al fin y al cabo violencia.  


[1] Es “un tipo de relación tóxica basada en la manipulación en el que un sujeto utiliza a otro como si fuera un suplente, dejándolo en el “banquillo” por si no sale nada mejor (…) La interacción con la persona genera en la víctima de benching una sensación de bienestar, que va a disminuir y tendería a desaparecer con la falta de contacto. Sin embargo, la llegada de nuevas comunicaciones, por banales y faltas de contenido que sean, despiertan de nuevo el deseo del afecto y lazos afectivos auténticos”. https://psicologiaymente.com/social/benching

[2] https://www.psicoactiva.com/blog/ghosting-la-forma-mas-cobarde-terminar-una-relacion

Publié par Mi vida en cuatro tiempos

Escribo para responder a la necesidad creativa de compartir reflexiones, aventuras y algunas historias personales. J'écris pour exprimer plein d'idées ou de réflexions qu’occupent ma tête quotidiennement. Ce Blog contient aussi quelques histoires personnelles.

2 commentaires sur « El hambre, la duda, la razón ¿También te han hecho Ghosting? »

  1. Gracias por una buena lectura camino a la biblioteca.
    La sensación que me queda al final de la lectura, es que si bien hay muchas situaciones con sentimientos de dolor y fragilidad, se reconoce las enseñanzas de esas experiencias, sin quitarles el realismo que merecen. Pero también reflejan mucha fortaleza y una capacidad muy valiosa de hacer una lectura autocrítica, que no necesariamente debe ser destructiva.
    iBesos!

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